lunes, 8 de marzo de 2021

HABLAN LOS EXPERTOS: educar con respeto, con consecuencias y sin castigos


A raíz de nuestro post en redes sociales en el que os animábamos a educar con consecuencias, y no castigos, hubo muchos comentarios pidiendo ejemplos prácticos. Hemos hablado largo y tendido con tres expertos: María Soto, de Educa Bonito con Disciplina Positiva, el conocido psicólogo Alberto Soler (autor de Hijos y padres felices, que va a lanzar su segunda edición) y la psicóloga y facilitadora de Disciplina Positiva Mónica Cerrada.


Con ellos reflexionamos sobre estos ejemplos prácticos y la filosofía de las consecuencias para educar. Los tres afirman que no se trata de una panacea ni de una forma más bonita de llamar a los castigos. Mónica nos anima a construir «un modelo de comunicación familiar que se centre en soluciones», Alberto Soler nos invita a «atender nuestra relación con ellos» antes que corregir una conducta y María Soto subraya que «si nos quedamos en la conducta (no recoge) estamos simplificando su crecimiento personal. La educación es un proceso a la inversa, ir muy dentro y crecer desde ahí». Los tres nos rompen un poco los esquemas y nos invitan a apostar por soluciones, respeto y por entender, como nos dice Mónica, que «un niño/a que se comporta mal es un niño que se siente mal»






Mónica Cerrada: «¿Por qué no optamos por un modelo de comunicación familiar que se centre en las soluciones?»


Mónica Cerrada

En primer lugar me parece importante hacer una diferenciación entre consecuencias naturales, consecuencias lógicas y castigos.

Las consecuencias naturales se circunscriben dentro de lo que sería una causa-efecto natural. Por ejemplo, si llueve y no llevo paraguas, me voy a mojar; si no como y se acaba el tiempo de comida, voy a tener hambre; o si cruzo sin mirar y viene un coche, tengo una alta probabilidad de que me me atropelle.


Deberían ser las consecuencias naturales las que primasen en la convivencia familiar, pues son las que permiten al niño/a interiorizar el aprendizaje desde la experiencia, pero hay veces que los propios adultos no estamos dispuestos a afrontar las consecuencias naturales de los actos de nuestros pequeños.

Por ejemplo, si a mi hijo/a se le derrama la leche sobre la mesa o el suelo, ¿cuál sería la consecuencia natural? Que lo limpiase, sin más. Sin embargo, muchos padres no están dispuestos a que su pequeño de 3 años lo limpie, porque puede suponer extender más de lo que limpia.

En otras ocasiones, no podemos permitir que actúen las consecuencias naturales; normalmente esto ocurre cuando una determinada conducta pone en peligro la seguridad del niño/a, de terceros (mi hijo/a pega) o del entorno. Entonces una posibilidad sería la aplicación de las consecuencias lógicas. Digo que sería una posibilidad porque mejor nos enfocamos en buscar soluciones; es decir, plantear mediante preguntas la solución más respetuosa para todos en un contexto determinado, o pactar con el pequeño la solución más adecuada para la conducta que queremos cambiar. Pero claro, siempre que la edad del niño/a, la circunstancia concreta o el tiempo del que disponemos, lo permita.

En ese caso, y de manera excepcional, podemos recurrir a las consecuencias lógicas. Dichas consecuencias son aquellas que requieren de la intervención directa del adulto pero, a diferencia de los castigos (que normalmente son arbitrarios y pretenden demostrar una autoridad malenetendida), tienen que cumplir las siguientes premisas:

– Ha de estar relacionada con la conducta que queremos corregir.

– Tenemos que haberla anticipado o, mejor todavía, pactado con el propio niño/a.

– Ha de ser respetuosa con nuestro hijo/a.

– Ha de ser proporcionada a la conducta que se quiere corregir.

Por ejemplo, mi hijo de 15 años no quiere recoger su habitación y ordenarla. En esta situación se le avisa de que nosotros (los padres) no vamos a recogerla por él, ni vamos a cambiar las sábanas, ni lavar la ropa y la consecuencia lógica es que tendrá que convivir con el desorden hasta que decida ordenar o pedir nuestra ayuda para hacerlo.

Dicho esto, es mejor que nos anticipemos a estas situaciones; es decir, que nos movamos en escenarios previos a aquellos en los que tenemos que aplicar consecuencias lógicas. ¿Por qué no optamos por un modelo de comunicación familiar que se centre en las soluciones? Una forma de hacerlo sería realizando reuniones familiares una vez a la semana para tratar aquellos “temas ásperos” que vamos arrastrando durante la convivencia semanal; pactando posibles soluciones con el propio niño/a; anticipándonos a la situación mediante una planificación adecuada.

También es importante preguntarnos (si no sabemos contestarnos podemos consultarlo con un especialista), si nuestro hijo/a está evolutivamente preparado para lo que le estamos pidiendo. Si la respuesta es “sí”, podemos hacer un listado de rutinas antes de ir a dormir, acompañado de fotos (podría ser una buena alternativa, por ejemplo, en aquellos casos de niños/as que no quieren lavarse los dientes, o no se quieren duchar). Así, con una simple pregunta, «¿qué es lo que tocaría ahora?», sería suficiente para pasar a la siguiente actividad.

Si aun así no se quiere duchar, intentaremos llegar a un acuerdo: «¿te parece si hoy te duchas y mañana te lavas sólo los pies y el culete?”.

En el caso de que nuestro hijo/a no quiera colaborar dejando la ropa sucia en el cesto, volvemos a lo mismo: lo primero que nos preguntaremos es si el pequeño está lo suficientemente maduro para acordarse de llevar la ropa al cesto cada vez que se la quita. Si la respuesta es “no», nosotros lo acompañaremos y seremos su guía, en cada ocasión, con nuestro ejemplo. Si la respuesta es “sí», facilitaremos la tarea para que le resulte más fácil hacerlo. ¿Cómo? Poniendo un cesto propio de ropa en su habitación, por ejemplo.

Cuando un niño cruza sin mirar la calle, planteamos verbalmente la importancia de cumplir esta premisa; si no se cumple, tendremos que darle la mano, independientemente de la edad que tenga.

Pensando en conductas agresivas hacia terceros o a espacios físicos (portazos, tirar objetos, etc) tendríamos que trabajar con el niño/a la gestión de las emociones y la impulsividad. Más que establecer una contingencia, lo que hay que hacer es trabajar en ello de manera previa y, cuando se da la situación, intervenir desde la validación del sentimiento y poniendo límite a la situación: “entiendo que estás enfadado, pero no puedo consentir que hagas daño a tu hermana o a los objetos. Cuando te calmes veremos cómo podemos solucionarlo”.

En todo caso, siempre hay que tener presente: un niño/a que se comporta mal es un niño que se siente mal. Ni es malo (dejemos de etiquetar, por favor), ni nos quiere fastidiar, ni nos está manipulando, ni nos está retando. Simplemente no sabe cómo decirnos que necesita nuestra ayuda para gestionar mejor la situación.


Alberto Soler: «Es importante atender a nuestra relación con ellos, que haya un buen clima en casa»


Alberto Soler

¿Qué es una consecuencia a la hora de educar? ¿Cómo la podemos diferenciar del castigo?

Las consecuencias, en realidad serían un tipo de castigo. Pero se pretende que sea un tipo de castigo que minimiza los problemas que acarrean los castigos tal y como como se suelen emplear.


Las consecuencias, a diferencia de los lo que la gente normalmente entiende como castigos, están relacionadas con la conducta que queremos cambiar, son proporcionadas, se producen de manera contingente (inmediata) y, sobre todo, no buscan fastidiar al niño, sino mostrarle la forma correcta de comportarse.

Eso serían las consecuencias lógicas. Y, además, en el caso de las consecuencias naturales, éstas no son consecuencias que los padres o educadores ponen a los hijos, sino que esas consecuencias se derivan de manera natural de sus propias acciones. Es simplemente una forma en la que los niños experimentan la realidad que les rodea.

¿Cuál sería la consecuencia si no colabora dejando la ropa sucia en el cesto? Mi hija tiene 4 años… No le importaría para nada salir con la ropa sucia

La consecuencia es que la ropa estará fuera del cesto…  Aquí, más que plantearnos el tema de las consecuencias, podemos plantearnos de un modo más amplio el tema de las normas familiares y ser selectivos en cuanto a las que aplicamos. Es verdad que con 4 años son perfectamente capaces de dejar la ropa sucia en el cesto, pero lo harán por hábito o por obedecernos, no porque les importe el orden o la gestión de la ropa. Si es un tema importante deberemos priorizarlo por delante de otros para evitar la saturación de normas y ayudarle a hacerlo: la prioridad es que aprenda, no que lo haga sola. No podemos reducirlo todo a las consecuencias. De hecho, muchas veces no son la mejor alternativa, aunque sí que sean preferibles a los castigos. También podemos centrarnos en las soluciones. Si tenemos este “problema” podemos pensar diferentes maneras de solucionarlo. Si es necesario la llevaremos de la manita hasta el cesto con la ropa, y aunque sólo eche ella una pieza, ya habremos cumplido con el objetivo. Poco a poco se hará más autónoma, pero es importante que estemos con ella y la acompañemos a hacerlo, si no, es difícil que lo haga. Probablemente nosotros no le dimos tanta importancia a este tema de la ropa hasta que no tuvimos que hacernos cargo de nuestra propia casa, no podemos esperar que una niña de 4 años muestre ese entusiasmo que tenemos los padres por la gestión de la ropa sucia. Para este ejemplo, y con esta edad, más que enfocarlo desde el punto de vista de las consecuencias, trataría de centrarlo más en la solución, y quizá lo más sencillo es hacerlo los dos juntos.


¿Y si cruzan una carretera con 5 años y también con 10 años cuando le hemos dicho que no lo haga? ¿Cuál sería la consecuencia?

La consecuencia natural será que le atropellarán, y como es algo que no podemos permitir, se lo impediremos de todos los modos posibles. Aquí hablamos de un límite muy básico, que es su seguridad, y no debe haber ninguna duda a la hora de aplicarlo. La consecuencia lógica será que nos constará más confiar y deberá ir más tiempo acompañado o “de la manita”.


¿Cuál podría ser la consecuencia de que un niño de 10 años conteste mal a sus padres o hermanos?

La consecuencia será que sus padres se pondrán tristes y probablemente estén de peor humor y menos receptivos que si les trata de un modo adecuado; si lo hace con sus hermanos, éstos se enfadarán y, como tienen menos capacidad de controlar sus impulsos, quizá hasta se gana un insulto de vuelta o un tortazo. Y como padres tendremos que intervenir e impedirlo. Muchas veces las “consecuencias” no son más que la forma normal que tenemos las personas de actuar, tanto con los niños como con otros adultos. Normalmente, la consecuencia cuando tratas mal a alguien, es que ese alguien se moleste. Si tratamos mal a un compañero de trabajo, este se molestará y probablemente la relación esté más tensa durante algún tiempo. No es necesario que este compañero nos envíe a una esquina a reflexionar sobre lo que hemos hecho. Probablemente su reacción ya nos dará qué pensar.

¿Y si un niño de 10 años pega a su hermana?

La consecuencia natural es que su hermana reciba la agresión, que sufra y quizá que se enzarcen en una pelea. Y como no podemos permitir que los hermanos se agredan físicamente deberemos intervenir para evitarlo.


Como la consecuencia natural no es deseable (hacerle daño a su hermana), aplicaremos una consecuencia lógica: “como estando juntos os estáis haciendo daño, será mejor que durante un rato cada uno juegue en una habitación”


¿Y con un niño de casi 3 años que a veces pega a su hermano pequeño (18 meses) o a otros niños? He probado castigos y consecuencias y no me funciona nada!

Es casi imposible que un niño “de casi 3 años” no pegue “a veces” a su hermano pequeño. Los conflictos entre hermanos son normales, hay que gestionarlos con naturalidad y, por supuesto, dando un modelo adecuado (sin elevar la voz, sin utilizar la fuerza, sin castigar, etc.). Si se enzarzan en una pelea se abordaría como en la situación anterior: “como estando juntos os peleáis, y no puedo permitir que os hagáis daño, será mejor que juguéis separados”


Ayer mi hijo, 5 años, se enfadó y cerró de un portazo la puerta de su habitación. Como no quiero que haga eso, ¿cuál sería la consecuencia?

Debemos evitar el uso de “consecuencia” como un eufemismo de “castigo”; ¿por qué no quieres que haga eso? El enfado es una emoción natural, y no debemos impedirla. Dar un portazo quizá no es la expresión más depurada de enfado, pero recuerda que tiene 5 años. Respeta su derecho a expresar sus emociones, no creo que haya ninguna consecuencia a aplicar más que tratarle con más paciencia y afecto precisamente en estas situaciones en las que le desbordan las emociones. “Quiéreme cuando menos lo merezca, quizá es cuando más lo necesito”. Una posible consecuencia lógica sería que, cuando todos estéis más tranquilos (mayores y pequeños), habléis sobre lo que te molesta el que se comporte así, que no te gustan los portazos por el ruido, que hay que tratar bien las cosas de casa, etc. Puedes explicarle también cómo consideras que debería haberlo gestionado mejor; probablemente facilite las cosas empezar por pedir perdón si nosotros también hemos contribuido a generar un mal ambiente, por ejemplo, si hemos levantado el tono de voz o si hemos sido injustos en el trato con él. Los hijos aprenden más del ejemplo que de los discursos que podamos darles.

¿Cuál sería la consecuencia de que mi hijo con 8 años no se quiera duchar?

Depende; en invierno quizá no mucha, en verano quizá huele un poco mal si ha hecho mucho ejercicio o si ha estado ensuciándose. No pasa nada porque un día no se duche, pero tampoco puede ser la norma. Si está muy cansado quizá se le puede perdonar la ducha algún día, ¿no? Otra opción es plantearlo, no desde el punto de vista de las consecuencias, sino de la búsqueda común de una solución. Cariño estás muy cansado, ¿verdad?, ¿qué prefieres, ducharte ahora por la tarde o mañana por la mañana? A veces simplemente con dejarles participar de la solución, están más dispuestos a colaborar (aunque quizá esto implique que nos tengamos que despertar nosotros antes también). Se podría plantear como “la consecuencia de no ducharte hoy es que tendrás que madrugar más mañana”, pero así formulado suena más duro que simplemente darle a elegir entre dos opciones (aunque el resultado final sea el mismo).


¿Y la consecuencia si nos informan de que nuestro hijo adolescente está faltando a clase?

La consecuencia es que si acumula determinado número de faltas de asistencia le abrirán un expediente, puede que le expulsen algunos días del centro, etc. Las consecuencias académicas las pondrá el centro. La consecuencia en casa será que hayamos perdido en parte la confianza en él o en ella, si nos ha estado engañando diciendo que iba a clase cuando en realidad no lo estaba haciendo. Además, deberíamos preguntarnos por qué se está produciendo esa conducta, qué hace cuando no va a clase, reflexionar sobre el estado de nuestra relación y tratar de repararla, etc. e intervenir sobre eso. El absentismo probablemente sea el síntoma, no el problema principal.


¿Cuál sería la consecuencia si mi hijo adolescente no ordena su habitación nunca?

La consecuencia es que la habitación estará desordenada; él probablemente lo pueda tolerar, pero a vosotros quizá no os hace gracia. La consecuencia más probable es que le cueste encontrar alguna cosa y cuando escuchéis un grito del tipo “mamá sabes dónde está mi loquesea”, podáis responderle con una frase del tipo “no lo sé, mi amor, supongo que dónde tú lo hayas dejado”.

Un problema transversal que encuentro a todos estos ejemplos, es que se quieran solucionar todos desde la perspectiva de las consecuencias. Las consecuencias pueden estar bien “como alternativa a los castigos”, aunque ya hemos dicho que en realidad no son más que un tipo especial de castigo. Al igual que no arreglaríamos todos los problemas que puedan surgir con castigos, como tampoco un carpintero lo arreglaría todo con un martillo, no podemos pretender solucionarlo todo a golpe de consecuencias. Es importante que los niños aprendan normas, límites, que adquieran responsabilidades… pero también es importante atender a nuestra relación con ellos, que haya un buen clima en casa, que estemos todos a gusto conviviendo, que podamos sentirnos todos bien. Si pensamos en todos estos objetivos, también muy importantes, probablemente las consecuencias, pese a ser preferibles a los castigos, también resulten insuficientes. Muchas veces es preferible atender antes a la relación que a la mala conducta. Generalmente si un niño está a gusto en casa, los problemas de conducta se reducen en gran medida.





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