1.- ¿POR QUÉ ES TAN DIFÍCIL ESTABLECER LÍMITES?
Al poner límites trazamos una línea divisoria que marca dos lados claramente distintos. En uno está el padre y la madre y todo lo que le pertenece; en el otro, está el hijo y todo lo suyo.
La palabra límite tiene mala prensa. Los adolescentes consideran que los límites son restricciones. Los padres tienen que considerar que los límites son “protección”, “fronteras” y “directrices”. Son esenciales para proporcionar a los adolescentes un norte y unos objetivos hacia donde dirigir sus energías. Hoy en día fijar límites es especialmente difícil porque los adolescentes son muy conscientes de que otros chicos de su edad parecen gozar de mayores libertades. Los padres deben guiarse por la mente y el corazón cuando se enfrentan a esta clase de exigencias.
Todos los padres queremos que nuestros hijos sean felices, pero a veces ese deseo impide que consigamos una buena disciplina. Si la necesidad de que los niños sean felices y nos amen es “demasiado fuerte”, nos resultará imposible decirles que no.
Los padres sabemos que es preciso establecer ciertos límites para enseñar a los hijos un comportamiento aceptable. Pero a ellos no les gustan los límites. No nos sonríen con simpatía y nos dicen: “Gracias por obligarme a que recoja la habitación, que vuelva a casa a las once, que estudie dos horas todos los días...” En lugar de eso nos desafían, nos contestan y nos ignoran.
En los momentos en que es importante establecer una buena disciplina, los niños, además de detestar nuestras normas y peticiones, nos detestan también a nosotros. A los hijos pequeños les es muy difícil distinguir entre lo que somos y lo que hacemos, y los adolescentes podrían hacerlo, pero no les interesa.
Es frecuente que tengamos que oír: “Te odio” “Eres el padre más cruel del mundo” “La madre de Fulanita la deja”. No nos gusta perder la popularidad frente a nuestros hijos. En ese momento nuestros hijos nos detestan, pero su resentimiento es momentáneo. Lo único que expresa con sus quejas es su estado de ánimo.
Nos resulta difícil establecer unos límites acerca de un determinado comportamiento porque no tenemos las ideas muy claras sobre el tema en cuestión. Tal vez seamos ambiguos pues no estamos seguros o porque tememos enfrentarnos al malhumor del hijo si le decimos que no. Cuando decimos “NO” hemos de ser firmes y decididos. Si en el tono de voz existe un “tal vez”, el niño lo detectará enseguida y nos atacará por ahí.
Si no estamos seguros de cómo responder a una determinada petición de nuestro hijo, siempre podemos ganar un poco de tiempo con una respuesta como: “Déjame pensar un poco... te lo diré en quince minutos”. O bien contar hasta diez antes de responder, lo que suele evitar explicaciones más largas.
Es evidente que el espíritu guerrero de algunos niños se ve activado por la palabra NO, e intentarán convencernos con un sinfín de argumentos.
¿Por qué las explicaciones no suelen funcionar bien? Porque solemos dar muchas explicaciones a nuestros hijos en un intento de hacerles cambiar de opinión y conseguir que estén de acuerdo con nosotros. Esperamos que comprendan y que no se enfaden. Algunos padres se sienten tentados a admitir: “Bueno... tal vez soy demasiado exigente, si tuviera más paciencia... si pudiese estar más tiempo con él...” Estos sentimientos de culpabilidad unidos al deseo de que nuestros hijos sean felices, pueden disipar los intentos de conseguir una buena disciplina.
2.- LAS NORMAS:
A la libertad desde la responsabilidad
a. ¿Cómo establecer normas?
La mayoría de los adolescentes necesita hacer un colosal esfuerzo para reconocerlo públicamente, pero en el fondo saben que algunas reglas y límites rayan en lo sensato. Lo dicen por lo bajo: “No... si tienen razón!, ya lo sé... pero ¡es que me cargan!”