domingo, 28 de febrero de 2021

NORMAS Y LIMITES. FRUSTRACIONES Y CONFLICTOS


1.- ¿POR QUÉ ES TAN DIFÍCIL ESTABLECER LÍMITES?





Al poner límites trazamos una línea divisoria que marca dos lados claramente distintos. En uno está el padre y la madre y todo lo que le pertenece; en el otro, está el hijo y todo lo suyo.

La palabra límite tiene mala prensa. Los adolescentes consideran que los límites son restricciones. Los padres tienen que considerar que los límites son “protección”, “fronteras” y “directrices”. Son esenciales para proporcionar a los adolescentes un norte y unos objetivos hacia donde dirigir sus energías. Hoy en día fijar límites es especialmente difícil porque los adolescentes son muy conscientes de que otros chicos de su edad parecen gozar de mayores libertades. Los padres deben guiarse por la mente y el corazón cuando se enfrentan a esta clase de exigencias.

Todos los padres queremos que nuestros hijos sean felices, pero a veces ese deseo impide que consigamos una buena disciplina. Si la necesidad de que los niños sean felices y nos amen es “demasiado fuerte”, nos resultará imposible decirles que no.

Los padres sabemos que es preciso establecer ciertos límites para enseñar a los hijos un comportamiento aceptable. Pero a ellos no les gustan los límites. No nos sonríen con simpatía y nos dicen: “Gracias por obligarme a que recoja la habitación, que vuelva a casa a las once, que estudie dos horas todos los días...” En lugar de eso nos desafían, nos contestan y nos ignoran.

En los momentos en que es importante establecer una buena disciplina, los niños, además de detestar nuestras normas y peticiones, nos detestan también a nosotros. A los hijos pequeños les es muy difícil distinguir entre lo que somos y lo que hacemos, y los adolescentes podrían hacerlo, pero no les interesa.

Es frecuente que tengamos que oír: “Te odio” “Eres el padre más cruel del mundo” “La madre de Fulanita la deja”. No nos gusta perder la popularidad frente a nuestros hijos. En ese momento nuestros hijos nos detestan, pero su resentimiento es momentáneo. Lo único que expresa con sus quejas es su estado de ánimo.

Nos resulta difícil establecer unos límites acerca de un determinado comportamiento porque no tenemos las ideas muy claras sobre el tema en cuestión. Tal vez seamos ambiguos pues no estamos seguros o porque tememos enfrentarnos al malhumor del hijo si le decimos que no. Cuando decimos “NO” hemos de ser firmes y decididos. Si en el tono de voz existe un “tal vez”, el niño lo detectará enseguida y nos atacará por ahí.



Si no estamos seguros de cómo responder a una determinada petición de nuestro hijo, siempre podemos ganar un poco de tiempo con una respuesta como: “Déjame pensar un poco... te lo diré en quince minutos”. O bien contar hasta diez antes de responder, lo que suele evitar explicaciones más largas.

Es evidente que el espíritu guerrero de algunos niños se ve activado por la palabra NO, e intentarán convencernos con un sinfín de argumentos.

¿Por qué las explicaciones no suelen funcionar bien? Porque solemos dar muchas explicaciones a nuestros hijos en un intento de hacerles cambiar de opinión y conseguir que estén de acuerdo con nosotros. Esperamos que comprendan y que no se enfaden. Algunos padres se sienten tentados a admitir: “Bueno... tal vez soy demasiado exigente, si tuviera más paciencia... si pudiese estar más tiempo con él...” Estos sentimientos de culpabilidad unidos al deseo de que nuestros hijos sean felices, pueden disipar los intentos de conseguir una buena disciplina.


2.- LAS NORMAS:
A la libertad desde la responsabilidad

a. ¿Cómo establecer normas?


La mayoría de los adolescentes necesita hacer un colosal esfuerzo para reconocerlo públicamente, pero en el fondo saben que algunas reglas y límites rayan en lo sensato. Lo dicen por lo bajo: “No... si tienen razón!, ya lo sé... pero ¡es que me cargan!”

Lo que les revuelve las tripas no es tanto el límite en sí como la imposición del mismo por la fuerza. Ante tal edicto, el deseo de autonomía que todo adolescente lleva consigo, actúa como resorte. Caben entonces dos posibilidades: o ataca con inusitado frenesí, o se escapa y lo hace a escondidas. “Paso de mi viejo, tío, es un palizas”.


Semejante insubordinación hace que los padres también actúen de dos formas; o lo dejan por imposible y ceden “Mira, estoy hasta las narices, haz lo que te dé la gana. Allá tú si te mueres, suspendes...“o por el contrario encierran a la fiera bajo siete llaves “Y no sales hasta que yo te lo ordene”.



Ninguna de estas alternativas es conveniente. ¿Qué hacer? Una buena medida es no olvidar que el chico o la chica está creciendo y tiene derecho a participar en todo lo que atañe a su vida. Es lógico que diga algo al respecto: “¡es una injusticia! ¡siempre me estáis fastidiando!...” Los padres no tienen por qué doblegarse ante el espumarajo venenoso, pero pueden admitir que la criatura necesita echarlo fuera.


Conviene que tengamos presente que:
  • Nuestro hijo va a aceptar mejor las normas y sanciones si las establecemos en un clima de afecto y respeto.
  • Las normas producirán sentimientos. Debemos expresarlos adecuadamente y tratar de comprender cómo se siente nuestro hijo.
  • Es importante que relacionemos libertad y responsabilidad: si quiere más libertad (más propina, salir hasta más tarde...) debe ir demostrando que es responsable (llegando a la hora, mejorando en sus estudios, ampliando su colaboración en casa, etc.)


b. Las normas han de ser:

  • Claras y concretas: Indicar qué tiene que hacer el hijo, cuándo y cómo. Ej: Pedro ha de bajar la basura al contenedor, después de cenar, cerrando la bolsa y colocando otra nueva en el cubo.
  • Acordadas y razonadas: cuando los hijos se hacen adolescentes es importante que no les impongamos las normas sin dialogar, sino que las razonemos y negociemos siempre que sea posible para facilitar su cumplimiento.
  • Consistentes: las normas debemos aplicarlas con firmeza, tanto el padre como la madre, y mantenerlas a pesar de las circunstancias (estados de ánimo de la familia, presencia de otras personas en casa, etc.).
  • Con consecuencias explícitas: tanto por su cumplimiento (ir alcanzando progresivamente más beneficios) como por su incumplimiento.



c. ¿Sobre qué cuestiones hay que marcar normas?

  • Los horarios de salir y de volver a casa, de estudio, de convivencia familiar, de levantarse a diario y en fin de semana, etc.
  • La ropa, los adornos (piercing, tatuajes, etc.) y los símbolos, en particular aquellos que puedan ofender a los demás.
  • Internet, videojuegos, limitando el tiempo y prohibiendo ciertos contenidos. Utilización del teléfono móvil.
  • El dinero que se maneja. No sólo el procedente de la paga semanal, sino el que recibe de otros familiares.
  • Las tareas familiares, el orden y la organización en casa. Los adolescentes, como cualquier miembro de la familia, deben colaborar en las tareas domésticas. De lo contrario pueden convertirse en “okupas” del hogar con licencia para “no hacer ni contribuir” pero con derecho a “pensión completa y dietas económicas”.
  •  La alimentación suficiente y a sus horas.
  •  Formas de vestir y otras modas.
  • Los comportamientos de riesgo. En concreto el consumo de alcohol, de tabaco u otras drogas, y el uso de objetos diseñados para agredir.


d. Tipos de normas que podemos establecer en la familia.


👉 FUNDAMENTALES:

Están relacionadas con los valores y las creencias familiares, el RESPETO, la SEGURIDAD y la SALUD. Ej: Hablar respetuosamente (no insultar), ser sinceros (no mentir), respetar los bienes materiales (no robar), no consumir drogas... Han de ser pocas y de obligado cumplimiento.

👉 IMPORTANTES:

Son aquellas que tienen que ver con una concreta socialización de los hijos. Si no se cumplen afectan a la convivencia familiar. Ej: horarios de llegada a casa, horas de sueño, alimentación, responsabilidad en sus trabajos, colaboración en las tareas de casa... Se deben respetar pero permiten cierta negociación y flexibilidad.

👉 MENOS IMPORTANTES:

Están relacionadas con el orden y la organización de la casa (dejar colocadas las cosas que se usan, la habitación...), las actividades de ocio (actividades conjuntas familiares), preferencias de los miembros de la familia (respetar sus formas de vestir, de temas musicales, etc.), costumbres... Podemos permitir cierta flexibilidad en su cumplimiento y son negociables.


Aquellas normas que son más o menos negociables suelen ser las más conflictivas; precisamente porque los jóvenes pueden negociar.







e. El incumplimiento de las normas.


Y si no se cumple la norma, ¿qué hacemos? Cuando los hijos “se portan mal” la mejor manera de actuar es mediante
“consecuencias”. Esto es lo que la mayoría de los expertos en crianza sugieren. Así los niños experimentarán las consecuencias de sus erróneas decisiones y aprenderán. ¿Tiene esto sentido?

Algunos piensan que no tiene sentido, porque consideran que al final, en la práctica, las CONSECUENCIAS son utilizadas como CASTIGOS, ya que es muy fácil dejarse llevar de los sentimientos, confundir consecuencias con amenazas y convertir el castigo en revancha y lucha de poder. Pero esto, lejos de invitar a la dejadez, nos debe impulsar a prepararnos para aclarar conceptos e intentar acertar en nuestra tarea.

La aplicación de las consecuencias es un sencillo proceso que estructura la acción educativa, muy especialmente en la corrección del comportamiento. Implica a los hijos y a los padres: Conjugar ternura y firmeza, estar serenos, reconocer y aceptar sentimientos...Un proceso en el que es fundamental involucrar al hijo en la toma de decisiones y que se responsabilice de sus actos, lo que exige hacerse preguntas adecuadas y creativas. Habituarse a un estilo de tratar los acontecimientos (Ver, Juzgar y Actuar) que favorezca el diálogo, el análisis y la resolución de conflictos.



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