UNA GUIA PARA PADRES Y MAESTROS ADOLESCENTES
Esta reflexión pertenece al libro «Quiéreme cuando menos me lo merezca…porque es cuando más lo necesito» que tiene la pretensión de ser una guía para padres y maestros de adolescentes. Pertenece a Jaume Funes y está editado por Planeta con el sello de ediciones Paidós. Jaume es psicólogo, educador y periodista y ha dedicado prácticamente su vida a este tema sobre el cual ha publicado varios libros. Esperamos que nos abra el apetito a la lectura completa de la guía (manuelaraus)
Cualquier propuesta de pedagogía adolescente comienza con una lectura de su vida que intenta descubrir y comprender. Para ponerla en práctica necesitamos aprender a conjugar cinco verbos: mirar, ver, observar, escuchar y preguntar.
Aprender a mirar
De entrada, tenemos que pararnos a mirar. Están entre nosotros, forman parte del panorama que contemplamos, tienen que sentirse mirados (sin ira ni envidia) y descubrir que no pasamos de ellos. No podemos llegar a casa sin agudizar la mirada por si hay que descubrir un cambio significativo. Es preciso tener la voluntad permanente de mirar (que no niega la necesidad de fingir, de vez en cuando, que no hemos visto), de no evitar su necesidad de ser vistos. Mirad con calma cuando están en casa. Mirad de manera acogedora cuando llegan al aula.
Debe ser una mirada que no guarda de un día para otro la contaminación de las dificultades, que indica cada día una confianza nueva. Es una mirada que no niega la complejidad, ni su malestar ni el nuestro. Entre los profesionales de la educación o de la ayuda debe ser una mirada que empieza huyendo de las etiquetas, que no intenta hacer encajar sus vidas en nuestras definiciones previas o en nuestras categorías diagnósticas.
No es una mirada dedicada a considerar determinadas conductas problemáticas como definitorias de la adolescencia ni a identificar supuestos factores de riesgo de problemas presentes o futuros. Es muy diferente considerar la adolescencia como un tiempo para vivir en riesgo que definir a los adolescentes y sus estilos de vida a partir de una lista de factores de riesgo.
Ver, intentar enterarse
Además, es preciso ver y no negar la realidad. Que sea nuestra dulce hija no significa que no ensaye la sexualidad; que no beba en casa no significa que no esté probando fuera si le gusta la cerveza. Hay que enterarse de qué va la película. No basta con mirar, tenemos que agudizar la mirada, saber descubrir, detectar los aspectos más significativos. Normalmente se dice que «con la cara pagan». Una expresión que solo sirve si miramos con criterio descubridor (no investigador), con ganas de saber más, aunque sea indirectamente, lo que van viviendo.
Volvamos a tener en cuenta que no siempre aceptamos que han crecido. No tenemos que ponernos máscaras para descubrir que están en otra dimensión y no actúan, sienten o piensan como el niño encantador con el que vivíamos felices. En clase o en un grupo de trabajo educativo informal hay que tener una voluntad activa de mirar y ver. A veces, para no enterarse de alguna cosa, es fundamental no haber mirado, no haber visto, tener una mirada inapropiada, pasar de descubrir qué está ocurriendo. Honestamente, tengo que decir que pocas veces, ante una dificultad grave de un adolescente, es válida la afirmación de que sus padres o sus profesores no tenían ni idea. En muchos casos, los sujetos con dificultades son adolescentes no mirados, adolescentes con los que la mirada tenía una escasa voluntad de descubrir.
La observación significativa
En diferentes momentos, lo que hace falta es observar, mirar y ver con criterio, intentando separar lo que puede tener importancia de lo que, a pesar de su espectacularidad, no la tiene. Descubrir lo que se va repitiendo y lo que es excepcional, lo que parece inherente a la condición adolescente de lo que tiene que ver con la persona, con una dificultad o una crisis. En el aula deberíamos practicar la observación sistemática y, en casa, la observación selectiva. Aprender a descubrir aspectos que todos consideramos especialmente significativos, claves de su evolución o su aprendizaje. Así podemos valorar, distinguir qué es puntual y trivial y qué es especialmente significativo.
Al hablar del adolescente por dentro hemos apuntado fórmulas para intentar entenderlos. Mirando esos criterios podemos elaborar una lista variable de los aspectos en los que debemos fijar nuestra atención, ya sea para que el adolescente se sienta seguro y acogido o para facilitar salidas a las crisis o las dificultades. Cuando decimos que conocemos a nuestro hijo es porque lo hemos mirado con criterio e intuimos qué le pasa, descubrimos cuándo algo no va bien o, al contrario, va sobre ruedas. Sabemos porque hemos observado activamente.
Escuchar pasivamente y activamente
También hay que afinar el oído y escuchar. Una parte de la observación es escucha pasiva, prestar atención a lo que van diciendo. Hablan mucho (entre ellos, no con nosotros) o dejan caer frases, lanzan alertas que esperan respuestas o algún pequeño diálogo por nuestra parte. Sin embargo, lo más necesario es la escucha activa, saber encontrar momentos en los que pueden expresarse y nosotros los escuchamos.
Momentos en los que pueden repetir que no los entendemos, pero no pueden decir que no los escuchamos, de manera receptiva, sin poner pegas antes de tiempo.
Escuchar es reconocer que tienen algo que decir, que su perspectiva también puede ser válida. Dejar la infancia significa querer demostrar que tienes opinión y eres reconocido entre los iguales y los adultos porque tienes tu propio criterio. La escucha activa significa que queremos conocer sus argumentos, sus perspectivas. Significa hacer el esfuerzo de no leer sus vidas, sus mundos, con una perspectiva adulta.
Cuando se sienten escuchados, se sienten considerados, valorados, rodeados de adultos a los que les preocupa el conjunto de su persona.
Sobre las preguntas de despacho y del sofá de casa
Preguntar es otra cosa. La adolescencia también tiene sus claves interrogativas. De los cinco verbos que proponía practicar, este parece el más complicado de conjugar, el más difícil de practicar. Con mucha frecuencia, los psicólogos decimos a los padres que tienen que hablar con sus hijos.
Padres y madres contestan que ya les gustaría poder hablar, pero el hijo no les dejan. Explicamos las bondades de la comunicación, pero no recordamos que esta se ha ido construyendo a lo largo de la infancia y, lo que es más importante, que ahora seguirá otros recorridos. En general, no se producirá nunca cuando nosotros queramos; más bien surgirá en los momentos con menos disponibilidad por nuestra parte: cuando estamos estresados porque se nos ha hecho tarde, cuando el cansancio nos pide desconectar de toda preocupación. El momento oportuno, habitualmente, es el más inoportuno para nosotros.
No se trata de agendas, de planificación, sino de aprovechar cuando parecen dispuestos a decir algo. Pocas veces se tratará de preguntar y, normalmente, tendrá que ser un diálogo de tú a tú.
Los tutores piden saber cómo se hace una entrevista con adolescentes, ya que normalmente todo intento de hablar en el despacho no pasa de ser un interrogatorio con una lista de preguntas tópicas que obtienen monosílabos como respuesta. La hora de tutoría individual es a menudo un encuentro de despacho en la que, pocos minutos después de comenzar, no se sabe qué preguntar. No se tiene en cuenta que las reglas del diálogo tienen muy poco que ver con preguntas y respuestas de despacho. Tal vez sea en el patio donde encontraremos de manera indirecta las respuestas, o escuchando lo que hablan entre ellos, o preguntando al grupo.
Así, ponemos en relieve que hay que aprovechar los intersticios, los tiempos perdidos, la relación cotidiana del final de la clase, de los pasillos, de las excursiones. Médicos y personal sanitario no acaban de encontrar la manera de cumplir con los protocolos previstos. Hacen una lista de preguntas «diagnósticas» dando por sentado que las respuestas de los chicos describen literalmente lo que está ocurriendo. Olvidan que son conversaciones formales entre un adulto que busca información y un adolescente que responde tratando de dar la respuesta que el adulto espera.
Preguntamos si toman alcohol y cuando responden «alguna cerveza», apuntamos en la historia «bebedor iniciado moderado». Pero no sabemos si ha estado haciendo su primer botellón en buena compañía o si intenta ser aceptado por los más mayores, o si solo es la búsqueda del puntito para hablar sin tener vergüenza. Puede haber bebido poco en conjunto, pero todo en una tarde. El problema es atribuirle valor, saber el significado de lo que contestan. Tenemos que rellenar la historia clínica a partir de lo que sabe una enfermera que realmente tiene una buena comunicación porque va al instituto y habla con ellos y sus grupos.
Fuente: Jaume Funes. «Quiéreme cuando menos me lo merezca… porque es cuando más lo necesito»
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