jueves, 6 de mayo de 2021

7 PASOS PARA AYUDAR A TU HIJO A ENTENDER SUS EMOCIONES

Rafael Guerrero (psicólogo clínico y de la salud, experto en psicología educativa). Licenciado en Psicología Clínica y de la Salud por la Universidad Complutense de Madrid y Doctor en Educación, Rafa Guerrero ha dedicado gran parte de su carrera profesional a la investigación, el ejercicio clínico y la docencia en la Facultad de Educación en la Universidad Complutense de Madrid y del Centro Universitario Cardenal Cisneros.

¿Cómo enseñar a los más pequeños a gestionar y comprender mejor sus propias emociones? 

El psicólogo Rafa Guerrero explica en este vídeo y en su libro ‘Educación emocional y apego’, los siete pasos para convertirse en un experto emocional. 

"Debemos conocer las emociones, darles un nombre, reconocerlas e identificarlas, permitir que los niños las sientan y expresen, que reflexionen. Y debemos enseñar herramientas y narrativa para que las comprendan y den una respuesta adecuada a esa emoción”, explica el experto. 

Rafa Guerrero explica que las emociones se comportan del mismo modo que cualquier idioma: no seríamos capaces de enseñar a nuestros hijos una lengua sin saber ninguna palabra de la misma. Es necesario que los padres aprendan primero a gestionar las emociones para después poder enseñar a los hijos cómo hacerlo. En esta sesión nos da 7 claves para conseguirlo.

Esquema de las sesión:
  • Conocer qué es una emoción. 
  • Reconocer las emociones. 
  • Legitimar la emoción. 
  • Aprender a regular las emociones. 
  • Reflexionar sobre la emoción. 
  • Dar una respuesta lo más adaptativa posible. 
  • Crear una narrativa integrada y adaptada al niño. 



¿Cómo fomentar la seguridad, autoestima y empatía en hijos y alumnos? En su último libro propone claves prácticas para implantar en casa y el aula. “Existen varias herramientas que podemos dar al niño para que sepa identificar, nombrar y expresar sus emociones. Debemos legitimarlas: si nuestro hijo nos habla de algo que le preocupa no podemos racionalizar, sino escuchar y atender hasta que encuentre el equilibrio emocional”, afirma el psicólogo. 

Y advierte de la importancia del “otro” en el aprendizaje de habilidades sociales. “La empatía no solo se puede, sino que se debe enseñar. Y para ello es importante no solo lo que decimos, sino lo que hacemos”, concluye.


La empatía es uno de los conceptos, una de las variables que necesitamos enseñar a nuestros hijos. El concepto de empatía viene del griego «empathos», que quiere decir «sufrimiento con el otro».

De ahí que cuando, por ejemplo, vayamos a un tanatorio a ver a un amigo que ha vivido una muerte de un familiar, de su madre o de su padre, ¿qué es lo que solemos decirle? «Te acompaño en el sentimiento». Es decir: «Sé cómo te sientes, puedo entender qué emociones y en qué situación te encuentras, pero no es mi situación, es tu situación». Entonces, el concepto de empatía es tremendamente importante.

La empatía es algo que no solamente es que se pueda desarrollar, sino que se tiene que desarrollar. Y siempre comento que la empatía se desarrolla con «un otro». Esto de «un otro» es entre comillas, porque «un otro» implica una tribu, ¿no?


Algunas claves para intentar gestionar las emociones de nuestros hijos


Es tremendamente importante que con el tema de las emociones, una de las funciones que cumplamos sea legitimar la emoción. Implica que yo permito que mi hijo no solamente experimente la emoción, sino que la pueda expresar. Cuando decimos «expresar la emoción», por supuesto, siempre dentro de unos límites. Es decir: «Yo entiendo y te permito que estés enrabietada, pero lo que no te puedo permitir es que me pegues un bofetón o que cojas la silla y la lances por la ventana». Eso siempre dentro de unos límites. Pero es tremendamente importante que los padres seamos conscientes de que en el 100% de las ocasiones las emociones tienen que ser legitimadas.

Aquí yo a los profes siempre les pongo un ejemplo que les chirría mucho. A los padres también. Yo siempre pongo el siguiente ejemplo: Si vuestros hijos en alguna ocasión os dicen: «Mamá, es que la profe de inglés me tiene manía», no entréis a debatir, no entréis a racionalizar. ¿Por qué? Porque eso es una emoción que tienen, eso es un sentimiento, es una manera de percibir a la profesora o la circunstancia equis que tengan en el colegio. Lo que tenemos que hacer nosotros es legitimar. Si mi hijo o si mi hija me está diciendo que se siente mal, eso es completamente legítimo. Porque ella no ha decidido sentirse de esa manera, simplemente es una emoción que le surge. Entonces, así nos la traslada. Si en el momento en que mi hija me está contando cómo se siente, yo lo que hago es, en vez de responder emocionalmente, respondo racionalmente, ya me estoy yendo a otra conversación.


Lo que siempre tenemos que hacer es legitimar la emoción, que eso implica que si tú, que eres mi hija, estás activando tu hemisferio derecho, yo no tengo otra que activar mi hemisferio derecho. Porque si no el código no va a ser el mismo. Te tengo que atender en conexión de hemisferio derecho con hemisferio derecho. Las emociones no se pueden criticar porque yo no las he elegido, simplemente me surgen. Otra de las cosas que también les llama mucho la atención a los padres cuando se lo digo, es: «Por favor, no les preguntéis por qué se sienten de esta manera».

Podemos preguntar por qué hacen. ¿Vale? Pero lo que tiene que ver con sentimientos no se lo podemos preguntar. ¿Por qué? Pues… Imagínate que yo voy al traumatólogo, y el traumatólogo, una vez que me hace las pruebas me dice: «Bueno, pues entonces, ¿crees que te tendremos que operar?». «Bueno, pues usted que es el traumatólogo, el profesional, me tendrá que decir si me deben operar o no». «Bueno, vale, pues venga, le vamos a operar. ¿Le operamos mediante la técnica A o mediante la técnica B? ¿Usted qué quiere? ¿A usted qué le parece?». «Pues no lo sé, por eso vengo a que usted me diga, que es el experto». Entonces, si nosotros les preguntamos a nuestros hijos, a nuestros alumnos: «¿Por qué te sientes de esta manera?» o «¿Por qué haces esto?», nos estamos rebajando. Les estamos diciendo que no entendemos nada, que este caos que ellos están viviendo es igual exactamente para nosotros.


Otra de las estrategias muy sencillas que podemos llevar a cabo con nuestros hijos es ponernos a su misma altura. Y esto es algo no solamente que hacemos los seres humanos. Cuando estamos hablando con un niño, cuando un niño está en una situación de desequilibrio emocional, el ponernos a su altura no solamente lo hacemos nosotros, lo hacen el resto de los mamíferos. Sobre todo los mamíferos superiores, los grandes simios.



“Hablar a un niño a la altura de sus ojos transmite confianza y seguridad”

 Lo que el niño está percibiendo es que no hay competitividad, sino todo lo contrario, hay cooperación. «Me interesa lo que me estás diciendo, me preocupa lo que me estás diciendo». Por eso es una estrategia muy sencilla, muy fácil de llevar a cabo, pero que en pocas ocasiones hacemos. Ante un conflicto de tipo emocional, hay que ponerse a su altura, hay que ponerse de rodillas.


Hay que agacharse, eso es. Y hablar mirándonos en una misma altura. No hay situación de superioridad cuando yo estoy trabajando con alguien que tiene un conflicto emocional. Me gustaría compartir contigo una anécdota que viví hace poquitos meses con mi hijo. Resulta que un día salimos a dar un paseo… Mi hijo, por aquel entonces, tenía añito y medio, más o menos. Y bueno, fuimos a dar una vuelta cerca de casa. Y de repente escuchamos un grito. Un grito, además, muy profundo, muy aterrador. Entonces, de repente, miramos hacia donde venía el grito y resulta que una mujer mayor, que tendría unos 70 años, más o menos, se había caído, con tan mala suerte que no le había dado tiempo a poner las manos en el suelo para protegerse, y por tanto se había hecho una raja en toda la frente. Entonces, la mujer iba sola, empezó a gritar y a llorar. Y, bueno, no había nadie para socorrerla.

Lo primero de todo es, por supuesto, atender a la mujer. Estábamos cerca de un colegio, por tanto, inmediatamente empezaron a venir padres a echar una mano, llamaron al 112 y, bueno, la mujer ya estaba atendida. Entonces, en ese momento, yo ya me puedo marchar. La habíamos atendido Nacho, mi hijo, y yo como buenamente podíamos. Claro, un padre primerizo que se encuentra en esa situación, llevaba una mochila con agua, con pañales y con toallitas, no llevábamos nada más. Entonces, bueno, la ayudamos de la manera que pudimos a la mujer, e inmediatamente, en cuanto esa mujer ya está atendida, lo que yo hago es: me bajo, me pongo a la altura de mi hijo y entonces empieza a decodificarle, empiezo a darle una narrativa. Y entonces le explico. Claro, tiene año y medio.

Le empiezo a explicar de una manera lo más sencilla posible esta situación, que es traumática, que es dramática, tanto para la abuela como para mi hijo, como para los que estábamos ahí, la mujer estaba sufriendo mucho. Entonces le digo: «Mira, Nacho, cariño, esta abuelita iba andando, se ha tropezado, se ha caído y se ha hecho mucho daño, se ha hecho mucha pupa. Y entonces nosotros la hemos atendido, la hemos ayudado y la hemos calmado, hemos llamado a la ambulancia y ya está atendida». Entonces, a medida que seguíamos andando, yo cada dos por tres me volvía a bajar y le volvía a explicar esta situación. Porque una de las claves para que una situación no se convierta en traumática es decodificarla y contarla muchas veces, en contra de lo que generalmente tendemos a pensar.


Entonces, ¿qué es lo que ocurre? Lo importante es que yo le coloque esa historia que para él es muy caótica, que para él es novedosa y que es desagradable, yo se la coloque bien. Y es verdad que luego cada padre, cada madre, va a tener su propia narrativa, lo va a explicar a su manera. Yo se lo expliqué de esta manera, que fue la mejor manera que pude, pero el caso es que yo le iba repitiendo. Se lo repetí dos o tres veces. Es más, mi mujer en ese momento no estaba, yo la llamo por teléfono y le digo: «Cariño, te voy a poner con Nacho, que te va a contar». Y Nacho lo contaba a su manera. El caso es que dos meses después volvíamos de viaje y no sé qué hiló Nacho, que me demostró que él había entendido esa narrativa. Entonces, él me llamó, me dijo: «Papá», y me dijo: «Papá, yaya, pupa, agua». Él me había contado con tres palabras…



El tema de las expectativas es tremendamente importante.

Aquí podríamos hablar de dos aspectos: lo que son las expectativas y luego algo que para mí es tremendamente relevante, que es la mirada incondicional. Respecto a las expectativas, ¿qué es una expectativa? Bueno, una expectativa es como un objetivo o una idea, un reto que les planteamos a nuestros hijos. Y muchas veces hay un desbarajuste entre lo que nuestros hijos están preparados o pueden hacer y lo que nosotros les estamos exigiendo. Entonces, claro, eso es muy frustrante. Si a mí me están pidiendo que haga algo que yo no soy capaz, pues claro, eso genera mucha frustración. Para mí es muy importante el tema del efecto Pigmalión. El efecto Pigmalión, se lo explico a los profes, tiene que ver con… Es algo que se parece a… Si la magia existe, es el efecto Pigmalión, en el aula.

Entonces, las expectativas que tiene un profesor, ya sea con un alumno o ya sea con un grupo entero, tienden a cumplirse. En el 100% de los casos no, pero en un porcentaje importante sí. Se hizo un estudio muy conocido que demostró lo que es el efecto Pigmalión. Un profesor que acaba de acabar el curso escolar con un grupo, en ese traspaso de información al siguiente tutor, le pasó el listado y señaló el alumno uno, el cinco, el 17 y el 24. Y le dijo al nuevo profesor, que no conocía de nada a ese grupo: «Estos son alumnos brillantes. Rinden muy bien académicamente, son líderes sociales, te van a ayudar, cohesionan muy bien el grupo, etcétera». El caso es que el profesor nuevo recibe esa información, y cuando finaliza su curso se da cuenta que el rendimiento de esos cuatro alumnos que hemos dicho estaba por encima de la media. Y el antiguo profesor le dice: «Pues todo lo que te he contado es completamente falso». Es decir, esas capacidades que el profesor antiguo le había trasladado al nuevo no eran ciertas. Pero la expectativa que tenía el profesor, al final, se cumple. Y se cumple, Laura, tanto para lo bueno como para lo malo.

Henry Ford tenía una frase que a mí me parece que es fantástica: «Tanto si crees que puedes como si crees que no puedes, estás en lo cierto». Esto viene a reflejar lo que es el efecto Pigmalión y lo potentes que son las expectativas




La canalización de las emociones, algunos consejos


En primer lugar, decimos que las rabietas es la manera que tienen de expresar los niños su rabia, su enfado, su no querer hacer algo. Y es la manera más adaptativa que tienen, no les podemos exigir que se comporten como un adulto porque no son adultos. Por eso lo que hacen es que se tiran al suelo. Además, es curioso, porque un niño en plena rabieta… O sea, una rabieta, por definición, es en el suelo, ¿no? ¿Por qué en el suelo? El suelo, la tierra, es lo más firme. Entonces, lo que buscan es la norma, es la estabilidad y por eso se tiran al suelo. Podemos decir que existen dos tipos de rabietas. Están las rabietas del cerebro inferior y las rabietas del cerebro superior, que a veces también cuesta un poquito diferenciarlas.


Las rabietas del cerebro inferior tienen que ver con necesidades. Es decir, un niño que tiene una necesidad que no está cubierta, el niño lo que hace es manifestarlo. ¿Cómo? A través de la rabieta. Esas rabietas, que son la gran mayoría de rabietas, tienen que ser atendidas. Ahí no podemos ignorar al niño. Cuando el niño necesita algo, yo no le puedo ignorar. ¿De acuerdo? Entonces, ante esa conducta explosiva de tirarse al suelo porque el niño está pidiendo algo que necesita y no se lo estamos dando, ahí se lo tenemos que dar. Eso es una rabieta del cerebro inferior. Y en segundo lugar, tenemos rabietas del cerebro superior. Estas son las rabietas que son programadas, aunque sea de manera inconsciente, por los propios niños. Estas se dan ya en niños más mayores. Las rabietas de niños pequeños son rabietas de cerebro inferior siempre, pero en niños más mayores, que ya tienen su corteza frontal ya bien desarrollada, ya son capaces de planificar, aunque sea de manera muy básica, y aunque sea de manera inconsciente, pero son capaces de planificar.

Hacen cosas, ¿para qué? Para sacar el máximo rendimiento a lo que ellos quieren. Y estas sí que son las rabietas que tenemos que ignorar. En el momento de la rabieta tenemos que ignorar, y una vez que pase la rabieta tenemos que hablar con el niño y darle… Primero, entender su emoción. Y en segundo lugar, darle recursos o darle alternativas para que ellos sepan qué es lo que pueden hacer en futuras ocasiones. En vez de tirarte al suelo, gritar de esta manera o hacer aquello, te voy a dar herramientas, como decíamos antes, para que tú puedas poner en marcha la estrategia que sea más adaptativa.


Por ejemplo, Laura, si a un niño le castigamos sin cenar porque se ha estado comportando mal, y entonces le castigamos sin cenar y le decimos: «Directamente a tu habitación porque has hecho algo antes o durante la cena has cogido el plato y lo has tirado al suelo», y se pone a llorar y está completamente enrabietado, esa rabieta tiene toda la razón del mundo. Le estamos quitando, impidiendo saciar una necesidad que, en este caso, es fisiológica y que el niño necesita. En cambio, en otras ocasiones, lo que los niños demandan es algo que no es tan necesario. Por ejemplo, un niño que se pone a llorar, se enrabieta muchísimo porque le hemos castigado sin ir al partido de fútbol del fin de semana. Realmente no es una necesidad, pero el niño lo pasa mal y lo manifiesta de esa manera.



Y ahora podemos ver, si quieres, algunas herramientas para trabajar. En primer lugar, cuando un niño está en rabieta del cerebro inferior, lo que tiene es su complejo reptiliano, su cerebro emocional, muy activo. Entonces, como no lo puede controlar porque es automático, es inconsciente, lo que siempre decimos es: «No provoquéis al niño». «No provoquéis a la lagartija», hablando del reptiliano. Entonces, en ese momento permitidle que tenga esa rabieta. Uno de mis grandes referentes es Daniel Siegel. Y él explica una estrategia que es muy sencilla que se llama «conectar y redirigir». 

¿Qué es lo que tenemos que hacer ante un desequilibrio emocional, como puede ser, por ejemplo, una rabieta?

 Lo primero que tenemos que hacer es conectar con él. Y una vez que conectemos con él y consigamos devolver al niño del desequilibrio emocional al equilibrio emocional, es cuando ya puedo aplicar disciplina, cuando puedo hablar con él y cuando puedo razonar con él. Porque en el momento en que un niño está experimentando una rabieta, tiene su cerebro emocional muy activo y su cerebro pensante lo tiene muy inhibido. Por tanto, no puede pensar. A veces intentamos que los niños nos escuchen, nos atiendan y que lleven a cabo lo que les estamos diciendo en plena rabieta. Eso es imposible.


Entonces, vamos a intentar reducir la activación de la amígdala para que cerebro emocional y cerebro racional estén más o menos a la misma altura, y a partir de ahí ya sí que podemos hacer cosas. 

Por tanto,  lo primero que tendríamos que hacer es calmar al niño. ¿De acuerdo? Conectar con él emocionalmente, siendo empáticos con él y entendiéndole, legitimando sus emociones, etcétera

Y en segundo lugar, lo que tenemos que hacer es redirigir, vamos a darle estrategias: 
«Cariño, ¿qué te parece si…?». «¿Qué se te ocurre que podemos hacer cuando vuelva a ocurrir en un futuro?». Etcétera, etcétera. Es verdad que la anticipación es un mecanismo de defensa muy importante. Que les anticipemos a los niños lo que va a venir después puede ser un buen recurso.




CHARLA COMPLETA:



Esquema de las sesión:

Conocer qué es una emoción. (min 08:36)
Reconocer las emociones. (min 20:30)
Legitimar la emoción. (min 24:22)
Aprender a regular las emociones. (min 27:31)
Reflexionar sobre la emoción. (min 37:09)
Dar una respuesta lo más adaptativa posible. (min 38:52)
Crear una narrativa integrada y adaptada al niño. (min 42:25)


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